Un cuento para Mercedes

Omar Fernando Mejía Agüero
2 min readMar 21, 2022

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Abuela Mercedes.

En un cuarto oscuro sin ventanas se escuchaba todos los días a las 4 de la mañana el ruido de un viejo molino que poco a poco se empezaba a calentar abandonando el horrible chirrido de sus piezas oxidadas. Cada carga de maíz era colocada por una mano aún más antigua que el molino. Eran unas manos blancas donde se resaltaban algunas venas y muchas manchas oscuras en su piel. El cuarto siempre tenía la puerta abierta, por donde entraba la luz de la sala y se lograba observar la mitad de un cuerpo, muy alto y un poco encorvado. Su cabellera era blanca como una sábana y llegaba hasta más abajo de la cintura. Su cara era pálida, su nariz un poco aguilucha y sus ojos tenían una expresión de cansancio, pero no por su rutina de moler maíz, sino por la añoranza de su tierra y de sus seres queridos que habían quedado en aquel Salvador de 1980 en plena guerra. Su voz con acento se quebraba cada cuanto mientras sostenía una conversación con alguno de sus hijos.

No tengo muchos recuerdos, pero en mi mente está aquella imagen de preparar el maíz para cocinar las aclamadas tortillas que hasta la fecha mi papá añora. Era inevitable observar aquella mujer y no sentir admiración y respeto. Murió en 1998, yo estaba en la escuela y mi papá llegó a sacarme para irnos al funeral. Fue la primera vez que me enfrenté a la muerte y tal vez fue eso o verla tan resplandeciente en su caja de ataúd que no puedo olvidarla. No puedo olvidar a Mercedes mi abuela, pero tampoco puedo olvidar a Mercedes, ¡Una mujer migrante que tenía en su rostro El Salvador de 1980!

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