La casa de los que ya no están

Omar Fernando Mejía Agüero
2 min readJun 30, 2021

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Por la ventana de la casa vieja de madera veo los potreros a lo lejos, están llenos de vacas y pastizales, solo me puedo imaginar a niños y niñas corriendo después de alguna travesura cometida, relatado por alguna persona adulta que recordaba con nostalgia su infancia. Al frente de la casa pasa la carretera principal que antes fue muy transitada, pero al igual que una persona vieja fue olvidada por algo nuevo. La rampa de acceso no ha cambiado su color oscuro y particular musgo que la hace resbaladiza, llega hasta el corredor pequeño donde siempre estaban las bancas viejas construidas con pedazos de madera que trajo algún familiar o amigo de sus viajes a los potreros. Eran la recepción de la casa, donde siempre había alguien con un sombrero blanco o su vestido largo floreado y su delantal esperando la llegada del bus por si venían visitas.

Dentro de la casa, en las paredes, quedaron impregnadas las risas de las actividades familiares que se han desvanecido, ahora solo ese pequeño aroma a felicidad. Los recortes de la selección de fútbol se han caído junto con aquel cuadro viejo que tenía un paisaje suizo. Las muñecas de trapo amarradas a un clavo han perdido su color, el segundero del reloj de pared ya no emite aquel sonido hipnotizador, se ha detenido marcando las 3 : 12 pm. En la cocina, ya no hay pedazos de carbón de la leña quemada, solo se ve el color negro del techo donde el humo de las mañanas se juntaba con el vapor del café recién hecho. La bolsa llena de pan que colgaba se ha quedado vacía, ya no hay nietos ni nietas que pidan, ni la abuela y el abuelo que ofrezcan. Atrás de la casa, están las gradas empinadas que dan a ese patio trasero que parecía un tobogán hacia una muerte segura en medio de los potreros. Frente al comedor se encuentra un cuarto oscuro.

El cuarto oscuro, ahora tiene luz, ya la puerta está abierta. Antes, mil cosas se podían imaginar que pasaba en ese cuarto, cosas antiguas llenas de telarañas y misterios sin resolver que sólo alcanzaba a medio imaginar cuando intentaba ver por las pequeñas grietas en la madera de la habitación de al lado. En ese pequeño aposento, sin embargo, había una resplandeciente cama nueva que distaba de todo lo demás, un regalo furtivo para aliviar la pesadez de envejecer por mucho tiempo.

Una casa de madera que se ha apagado, que ya no tiene luz, una casa de madera donde viven los recuerdos, una casa de madera donde hubo miedo, felicidad y perdón. Una casa de madera donde extraño a los que ya no están.

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